El movimiento estudiantil iniciado en julio de 1968 ocurrió al final de una
etapa de grandes cambios políticos y sociales en México. Mientras el movimiento estudiantil iba dirigido hacia una democracia más abierta y participativa, el presidente Gustavo Díaz Ordaz usaba tácticas de
supresión para disminuir los niveles de tensión social en anticipación de los
Juegos Olímpicos de México 1968 en la capital. Esas tensiones llegaron a un
punto de quiebre el 2 de octubre en la
Plaza de las Tres Culturas donde los soldados del ejército mexicano empezaron
a disparar a los manifestantes. El gobierno mexicano intentó echar la culpa a
los estudiantes, y la historia oficial habló de provocadores violentos en la
multitud, aunque investigaciones subsecuentes han mostrado que la violencia la inició el ejército.
En la
matanza de Tlatelolco perdieron la vida decenas de civiles, principalmente
estudiantes, a manos del ejército y la policía, presuntamente por órdenes del
presidente Ordaz y su Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez. Las cifras
oficiales del Gobierno en turno señalaban 40 personas muertas, mientras algunos
periodistas, escritores y testigos presenciales estiman que la cifra pudo haber
sobrepasado las 200 víctimas. Todavía no existe un consenso ni un número
exacto.
Dichos acontecimientos tuvieron
fuerte impacto en la literatura mexicana, de forma directa o inmediata y también
a muy largo plazo, lo que dio como resultado a una serie de obras literarias
que se caracterizan por su alto grado de politización y que incluyen en sus
contenidos aspectos como la protesta callejera, la militancia política
izquierdista y las manifestaciones que desembocaron en una masacre de niveles
inimaginables, con el exilio, encarcelamiento y la muerte para los estudiantes,
maestros e intelectuales.
México era un país en el que no había libertad de
expresión, el silencio era casi general, el miedo era más grande que el
sentimiento de justicia y las personas temían por su vida al hablar sobre el
tema, las injusticias no terminaban, por lo que con el paso de los días y los
meses esta furia se manifestó entre los escritores y siguieron el valeroso
ejemplo de Octavio Paz, primero en su forma poética, y después en cuentos y
novelas. Lo que la prensa no pudo o no quiso contar terminó por aparecer
narrado en los libros.
Entre
los primeros libros sobre el tema destaca De la Ciudadela a Tlatelolco (1969),
de Edmundo Jardón Arzate. Obras fundamentales situadas entre la crónica,
la literatura y el periodismo, frutos de investigaciones por parte de sus
autores, son Días de guardar (1972), de Carlos Monsiváis, que
mantiene una posición política en favor del movimiento, y La noche de Tlatelolco (1971)
de Elena Poniatowska, cuyo contenido abunda en testimonios, entrevistas,
artículos periodísticos, pero que incluye también un poema de Rosario
Castellanos sobre la masacre: Memorial de Tlatelolco,
escrito especialmente para el libro.
Algunos críticos
señalan que después del 68 la novela mexicana vuelve, en general, a la
solemnidad y reinicia su preocupación por aspectos sociales y políticos en
manifestaciones literarias como la Novela de la guerrilla. Antes
del 68 al escritor mexicano le preocupaba ser internacional y no tanto plantear
una problemática específica mexicana, pero este movimiento cambió la perspectiva
de muchos escritores mexicanos.