Nació en
Veracruz el 12 de noviembre de 1923 y murió en la Cd. de México el 31 de enero
de 2013. Ingresó a estudiar Derecho en la UNAM a pesar de que su padre deseaba
que estudiara ingeniería química. Hacia 1951 obtuvo una beca para estudiar en
el Centro Mexicano de Escritores; durante este periodo universitario asumió
distintos puestos. Fue director general de publicaciones, profesor de latín en
la UNAM, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y coordinador de
humanidades. Además formó parte de la Comisión de Planes de estudio del Colegio
de Letras Clásicas.
En 1968 obtuvo
el grado de Maestro en Letras Clásicas y en 1970 el Doctorado en Letras. En
1972 fue admitido en el Colegio Nacional con su discurso de ingreso La fundación de la ciudad. A partir de
1984 fue miembro creador de los centros de Lingüística Hispánica y Traductores
de Lenguas Clásica y Estudios Mayas, director del Seminario de Estudios de
Descolonización de México y miembro de la Junta de Gobierno. Asimismo, desde
1986 hasta el 2000 fue presidente de la Sociedad Alfonsina.
Cabe destacar que
Bonifaz Nuño, además de sus numerosos cargos académicos y artísticos, también
destacó como traductor de griego y latín, sin olvidar que tenía fascinación por
la lengua náhuatl, ya que desde muy joven tuvo contacto con indígenas, lo que
le hizo reflexionar acerca de las lenguas de estas comunidades. Entre los
autores que tradujo se encuentran: Catulo, Propercio, Lucrecio, Píndaro,
Ovidio, Virgilio y Cicerón.
En cuanto a su
obra poética destacan: Siete espadas
(1966), La flama en el espejo (1971),
De otro modo lo mismo (1979), El corazón de la espiral (1983) y Albur de amor (1987).
Bonifaz Nuño fue
acreedor a varios premios y reconocimientos, como el Premio Nacional de Letras
(1974), el Premio Internacional Alfonso Reyes (1984), el Doctor honoris causa por la Universidad de
Colima (1985) y la UNAM (1985), así como el nombramiento de investigador
emérito de la UNAM e Investigador Nacional Emérito. Tan sólo por mencionar
algunos.
Obra poética
La obra poética de
Rubén Bonifaz Nuño destaca por esa rigurosidad clásica, pero en combinación con
cierta libertad que tiende a las tradiciones y mitos prehispánicos o
grecolatinos. Sin embargo esto no significa que el autor se olvide de las
temáticas de corte social, como se puede ver en su libro Los demonios y los
días (1953).
Si
algo hay que destacar, es que la soledad, la incomprensión y el abandono es lo
que abunda en la poesía de Bonifaz Nuño. Sus versos siempre denotan el
cansancio de la voz poética por estar solo y permanecer en ambientes cotidianos
como la habitación, espacio donde desarrolla sus textos (según lo dicen los
mismos poemas). Bonifaz Nuño hace una especie de metapoética en la que explica
que la escritura es la única que lo acompaña y le sirve para escribirle a todos
los que de alguna forma están igual que él: solos despreciados e ignorados.
Este escritor nos presenta una
constante búsqueda del sentido de la vida y el dolor ante el avance del tiempo
y la proximidad a la vejez. Por lo que sus descripciones e imágenes se vuelven
grises y llenas de tristeza, misma que invade inclusive a las cosas. La voz
poética es contemplativa y se la vive observando su entorno al mismo tiempo que
recuerda sus amores perdidos, la mujer que más amaba y los momentos felices,
pero que sólo lo hacen caer en la cuenta que su soledad es mayor y que sería
mejor la muerte.
Conforme pasó el tiempo, Bonifaz
Nuño evolucionó sus temáticas y en sus últimos libros ya no se percibe tanto el
estilo intimista, sino que sus textos se vuelven más colectivos y dedica frases
a los desvalidos, los olvidados y los solitarios. Asimismo agrega imágenes más
complejas y su escritura deja de ser sencilla y comprensible, pues como diría
Octavio Paz, su poesía se vuelve barroca y precisamente así es, porque sus
últimos poemas son oscuros en cuanto al lenguaje, con frases casi
inentendibles, llenas de símbolos, referencias hebreas y con un estilo más
místico.